Circula una interesante y bien documentada hipótesis según la cual las obras de William Shakespeare no fueron escritas por él, sino por un autor anónimo cuya identidad y motivos de ocultamiento se discuten. Para algunos biógrafos de Shakespeare, incluso, resulta inconcebible que alguien simple como él creara obras geniales como las suyas; tal es el concepto en que lo tenían. Estas especulaciones, que han dado lugar a documentales y simposios eruditos, no son menos estrafalarias que la mía propia, según la cual el dramaturgo inglés era, en realidad, argentino, como tantos uruguayos lo son, y como lo fue Julio Cortázar, que nació en Bruselas. Hay, por supuesto, más ejemplos, porque la diáspora de compatriotas nacidos antes y después de la creación de la patria es prolífica, y atiende a razones que la territorialidad no conoce. Es el caso de nuestro William, como veremos.

Al inicio de Romeo y Julieta Shakespeare nos presenta a Romeo desquiciado de amor por una muchacha llamada Rosalina, que lo ignora. El joven no tiene consuelo, pero esa misma noche, en una fiesta en casa de los Capuleto, ve por primera vez a Julieta, de apenas trece años, y esa visión es suficiente para apagar al instante el fuego que lo abruma y caer rendido ante la adolescente. En su corazón, una mujer sustituye a otra con la velocidad del rayo. Julieta, por su parte, experimenta el mismo súbito enamoramiento. Un amor instantáneo y correspondido que no requiere del conocimiento, del diálogo ni de la experiencia mutua. ¿Podríamos considerarlo superficial o hasta frívolo? Hoy sí, pero en el siglo XVI no estoy seguro, aunque el amor, dicen, es eternamente el mismo y los sentimientos humanos no caducan ni su esencia se transforma; de ahí que una obra pueda convertirse en clásico.

Primeras señales: hay en los personajes una natural tendencia a la precipitación y al apasionamiento exacerbado, que conduce, inexorablemente, a la violencia o la desgracia; se aman y se odian sin demasiados fundamentos, pero siempre con desmesura. El contexto de la historia, especie de grieta insalvable entre Montescos y Capuletos, tiene un origen desconocido u olvidado, pero alimenta enfrentamientos constantes. La atolondrada sucesión de muertes con la que finaliza la obra, además, es la consecuencia, trágica y chapucera a la vez, de esa consustancial esquizofrenia de las pasiones, como si al argumento lo hubiesen ideado políticos argentinos.

En Otelo, el crédulo protagonista es engañado como un niño por alguien muy astuto, pero cuya maldad resulta desproporcionada en extremo: Yago, resentido por no haber sido nombrado para un cargo, no pregunta ni reclama nada, sino que busca la ruina de su superior: Otelo. Esta venganza se ejecuta mediante una extraña carambola de sucesos que culmina con demasiado sufrimiento y demasiadas muertes para tan nimia causa. El origen de todo, la ambición por un cargo, desata una fabulosa combinación de tontería y maldad de la que pagan el pato los más justos y que menos se lo merecen. Como si los protagonistas del drama fueran los mismos políticos del párrafo anterior.

Y así, son muchos los episodios en los que el argumento roza lo inverosímil, lo estrafalario, la injustificada pasión o violencia. Hay demasiadas cosas nuestras en estos dramas ultramarinos, demasiados caracteres que nos anticipan, prefigurando la patria. Y hay también, cómo no, esa profunda genialidad que destilan sus frases, esas verdades como puños que nos golpean en cada página. Rara combinación notablemente argenta.

Otros han querido ver en la historia de los argentinos auténticos dramas shakespearianos; yo prefiero imaginar al mismísimo Shakespeare como compatriota, adoptarlo y no cansarme de repetir que es uno de los nuestros, de esos tantos argentinos que nacieron o murieron extemporáneamente, lejos de la patria.

Además, si los ingleses sostienen, con total arbitrariedad, que las Malvinas son de ellos, ¿por qué no apropiarnos nosotros, en compensación, de William Shakespeare, de Guillermo, del Guille?

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Juan Ángel Cabaleiro – Escritor. Su último libro es La vida bochornosa del Negro Carrizo (Taller Literario, Tucumán, 2019).